Se dio cuenta que caminaba por una ciudad y que había mucha gente. Sin
embargo, no todos reparaban en él, sólo los niños lo miraban y le sonreían. Se
detuvo frente a una plaza donde una hermosa niña de trenzas rojizas se hamacaba
muy fuerte, una y otra vez, cada vez más alto.
A medida que se acercaba, se dio cuenta que la niña había tomado más
envión del que debía y caería sin remedio en el césped. Casi sin proponérselo,
se paró frente a ella y como por arte de magia o mejor dicho, como por magia de
ángel, la hamaca descendió suavemente.
La pequeña bajó despacito y se lo quedó mirando, con una sonrisa de
agradecimiento. El angelito se acercó aún más y le preguntó si había visto un
par de alas.
– ¿Alitas de pollo? – preguntó la
niña.
–
Alitas de ángel – contestó triste
– Has visto, sin mis
alas, no parezco un angelito.
– Esas cosas suelen pasar.
Cuando juego con mis hermanos varones, yo tampoco parezco una niña, no te
preocupes y dime ¿qué pasó con tus alitas? ¿Las perdiste? ¿Se te cayeron?
El angelito tardó
en contestar, se quedó pensando en qué parecería la niña que no parecía niña
cuando jugaba con sus hermanos.
– Tal vez te las olvidaste en el colegio – agregó- yo
siempre me olvido algo y luego mami me reprende.
– Yo no voy al colegio – contestó
confundido el angelito.
– ¿No hay escuela para Ángeles? – preguntó muy intrigada.
– Pues no. Nosotros venimos a la vida
sabiendo ya lo que necesitamos saber y qué tenemos que hacer, por eso me
extraña no tener alitas, las necesito para volar.
– ¿Probaste aletear con tus brazos?
Tal vez te de resultado – propuso la pequeña.
–
Pues no creo. No importa, si no las has visto, seguiré buscando – dijo
decepcionado, dio las gracias y se marchó.
La pequeña volvió a la
hamaca, pero esta vez decidió que tendría más cuidado.
Miró cómo se iba el angelito, mientras se mecía
suavemente. Sus largas y rojizas trenzas parecían saludarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario